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martes, 11 de octubre de 2011

Defensa de la Hispanidad.

En 1934, Ramiro de Maeztu escribía su Defensa de la Hispanidad con la intención de revalorizar el papel jugado por España en la Historia y la finalidad de contribuir a la construcción de un proyecto que situara a la nación a la altura de los ideales que, según él, inspiraron la España Imperial. No se trata del Maeztu que reprochara a los españoles haber sacrificado su futuro por Dios y la Iglesia, una vez ocurrido el Desastre del 98, sino de aquel otro, que sin haber abandonado el espíritu cristiano que siempre le acompañó, colaborara con sus ideas al afianzamiento de las corrientes tradicionalistas, conservadoras y fascistas que se prodigaron durante la Segunda República.
         La Hispanidad no necesita nuevas cruzadas ni nuevas misiones evangelizadoras, pero, sin entrar a valorar las tesis defendidas por Maeztu, que son producto de un contexto histórico y de una evolución personal concretos, creemos que la Hispanidad necesita hoy en día reforzar su identidad para construir sobre ella un futuro más próspero. Una identidad conseguida tras un recorrido de quinientos años en los que se ha consolidado una cultura diferenciada, por ejemplo, de la anglosajona o del islam, por citar algunos. La Hispanidad es lo que es y negarlo sería de necios.
         Por eso creemos que no se debe apelar al concepto que define nuestra identidad en vano y menos para hacer Patria desde el paternalismo, sino en todo caso desde la hermandad de todos los hispanoamericanos sostenida sobre tres grandes pilares: el temporal, el espacial y el lingüístico.
En cuanto al eje temporal, nadie duda de que la Historia constituye el primer signo de identidad de los pueblos y naciones puesto que los consolida como comunidades definidas a través de una serie de hitos reconocibles por todos y ante todos. La memoria que éstos tienen de sí mismos es fundamental para darles continuidad y proyección futura, aun en tiempos de decadencia, y es preciso que las lecturas revisionistas de los acontecimientos pasados se hagan desde la complacencia y con un espíritu crítico necesario para concluir políticas comunes de progreso, expurgando miedos y complejos derivados de quienes difundieron la leyenda negra. Nuestra historia común no puede olvidarse, frivolizarse o pasarse por alto como si fuera algo prescindible o indigno; tampoco puede nadie en nombre de ninguna ideología apropiarse de ella porque no está sujeta a la exclusividad  de ninguna clase social ni de ningún partido político. La Hispanidad no puede reducirse a preceptos simplistas para apelar a su unidad. De modo que frente a la unidad, proponemos la comunidad
         En segundo lugar, la Hispanidad es fruto de un proceso de expansión territorial iniciado desde la península ibérica cuyos límites ha impuesto la historia a lo largo de los siglos. Ese ámbito, en el que podemos reconocer las huellas de nuestros antepasados, conforma la segunda de nuestras señas de identidad y debe entenderse como el hogar en el que quepan todos los hispanos sin distinción. Bajo este principio, los flujos migratorios sucedidos en el pasado con dirección a América y los que se producen en la actualidad hacia España, deben observarse como necesarios y enriquecedores para todos y no como un peligro. La Hispanidad se sustenta en la pluralidad de sus pueblos y naciones y en la diversidad cultural por encima de preceptos homogeneizadores. Es más, cruzado el umbral del siglo XXI, la Hispanidad debe ser la casa donde quepan todos aquellos ciudadanos del mundo que quieran convivir con nosotros y compartir nuestra cultura.
         Por último, la Hispanidad tiene en el español el signo más evidente de su identidad. A través de él se expresan y se comunican unos cuatrocientos millones de personas que expresan una manera de entender el mundo. Una lengua común compartida por tantas naciones se transforma necesariamente en un lazo de unión de primer orden que debe cuidarse y potenciarse sin ningún tipo de reparo, sobre todo cuando el español, hoy en día, debe soportar el empuje que ejercen otras lenguas cultural y económicamente dominantes.
         Así pues, defendemos la Hispanidad y reconocemos en nuestros semejantes a los “espíritus fraternos... que habrán de cantar nuevos himnos”, la defendemos de los “que apedrean las ruinas ilustres... o empuñan la daga suicida”; la defendemos con la Esperanza del que entonara en su día por ella un saludo optimista.

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