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lunes, 2 de julio de 2012

Primavera en Fialta. Vladimir Nabokov. (1899-1977)

Primavera en Fialta es un cuento en el que quizá nada sea real. Fialta no existe, pero pudiera ser real, pudiera ubicarse, pero no sabemos con certeza en dónde. Fialta pudiera ser la ciudad de los sueños. Y como en los sueños, Fialta se desdibuja entre las brumas de una primavera que es la concepción de una esperanza que alimenta el tiempo. Incluso, la primavera quizá no sea más que un deseo que nunca se hace realidad.
Su protagonista y narrador es un hombre casado al que le gusta perderse por las calles de esa "isla de felicidad" que flota junto a él, que lo atraviesa y sin embargo transcurre a su alrededor para dejar que el sueño fluya.
Ese sueño es Nina, una mujer casada con la que se encuentra aquí y allá, en diferentes ciudades a las que él se desplaza en viaje de negocios. Nina se perfila en la mirada de Víctor durante quince largos años, ("me resulta difícil encontrar la palabra justa para calificar nuestras relaciones"), y así, cada nuevo encuentro es una rememoración del pasado, de cada nuevo encuentro y del momento en que el sueño dio comienzo, cuando Nina ya estaba prometida.
Nina camina apoyada en su hombro, muy pegada a él, actúa con gran naturalidad, ríe y se divierte; y entre los pasos que juntos marcaron en la nieve, apenas si puede rescatar del recuerdo que él "la estaba besando en el cuello suave, ardiente por el calor de la larga piel de zorro que adornaba su abrigo", que entonces ella se aferró a sus hombros y "con el candor tan peculiar en ella, gentilmente unió sus labios generosos y sumisos" a los suyos. Pero apenas si se concocían. Víctor la acompaña adonde ella vaya, pero no sabe por qué no le presta la atención que él quisiera, quizá porque, como ocurre con los sueños, a veces son inalcanzables.
La segunda vez que se encontraron fue en Berlín, después del éxodo de Rusia. "Inmediatamente quedó claro para todos (...) que habíamos estado mucho tiempo en relaciones íntimas; no había duda de que había olvidado todo lo relativo al beso, pero en cierto modo debido a aquel encuentro trivial, tuvo una vaga idea de amistad tibia y agradable que en realidad jamás había existido entre los dos. Así el cuadro total de nuestras relaciones estaba engañosamente basado en una amistad imaginaria..., que no tenía nada que ver con su ocasional buena voluntad". Víctor sabe cuáles son las barreras de su sueño mientras para Nina el sueño podría ser la vida misma, una vida en la que experimenta la naturalidad de sus actos, sus deseos. Por eso, cuando le presenta a Elena, su mujer, y ella a su futuro marido, Ferdinand, sintió "una ridícula punzada de dolor", el dolor de una vida frustrada, de un sueño que no acaba de hacerse realidad. Para Nina, sin embargo, la vida es otra cosa. Tras su tercer encuentro casual, ella subió al vagón y desapareció tras los cristales "habiéndose olvidado súbitamente, o pasado a otro mundo". Luego, cayó en la cuenta de que ellos seguían en el andén y se asomó "audible y real".
Más tarde vino París, en donde Víctor, siempre fiel acompañante, se dejó llevar sin voluntad alguna hasta su cuarto para acabar deambulando por las calles de la ciudad. Así se fueron sucediendo los encuentros, cada vez más efímeros y menos reales hasta convertirse en un anhelo que se plasma como excusa en los objetos, en los ambientes, en otras mujeres: "una y otra vez aparecía raudamente al margen de mi vida, sin influir en lo más mínimo su contexto básico".
Llega un momento en que dudamos que Nina sea de carne y hueso pues parece que cualquier motivo pueda evocarla, hacerla presente. Y entonces, él la esperará toda una noche en su cuarto, sediento y salvaje ante la idea de su "furtiva presencia". Pero ella no acudió. Víctor ni siquiera se atreve a reprocharle su ausencia, se limita a comunicarle su vacío, ante el cual Nina guarda silencio, guarda las formas y se cuida de que su marido no sospeche nada.
Y mientras el tiempo pasa entre encuentro y encuentro, entre sueños nocturnos y llamadas por teléfono, Nina se integra en la vida cotidiana como un paréntesis, como un capítulo apócrifo durante el cual, no hablaban de nada: "como nunca pensábamos el uno en el otro durante los intervalos de nuestro destino; pero cuando nos encontrábamos, la vida pacífica se alteraba inmediatamente, todos sus átomos se recombinaban y vivíamos en otro intermedio más ligero, que se medía no por las largas separaciones sino por aquellos escasos encuetros en los que una corta y supuestamente frívola vida, se formaba así artificialmente. Y con cada nuevo encuentro me fui volviendo más y más aprehensivo; no, no experimenté ningún colapso emocional interno, la sombra de la tragedia no se cernía sobre nuestras reuniones, mi vida matrimonial seguía siendo inalterable, mientras que por otro lado su ecléctico marido ignoraba sus relaciones casuales". (...) Me fui haciendo más aprehensivo porque algo hermoso, delicado y que no volvería se estaba desperdiciando".
Víctor llega a plantearse su existencia, la razón de ser de Nina como sueño inalcanzable, y la razón de ser de su esposa y sus hijas: "¿Había alguna oportunidad práctica de vida con Nina?" Víctor presiente que está viviendo una situación absurda y, sin embargo, no entiende por qué cada vez más se siente invadido por la tristeza, una tristeza acumulada tras cada uno de sus encuentros "aparentemente despreocupados".
Nina, finalmente mortal, se cubre de una racionalidad mezquina y deja de latir como un deseo intenso, pero Víctor no buscó esa salida; simplemente nunca supo conjugar la vida y el sueño, la realidad y el deseo.

http://www.cuentosinfin.com/primavera-en-fialta/

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