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domingo, 21 de diciembre de 2014

Muerte y resurrección de Ardena.

Tu corazón dejó de latir,
pero tu sangre aún fluye por mis venas,
la sangre que irriga mis órganos
y otorga la vida que quisiste vivir,
la vida que irremediablemente me acompaña
y se dilata en fragmentos.

Miro tus pálidas manos

mientras te decoloras
bajo un rígido azul
que atrofia los huesos.
Tus dedos se corrompen
como el licor del último brindis
derramado sobre el sepulcro que contiene tu cuerpo. 

Me postro ante ti.  Estás muerta, Ardena,
pero resucitarás de los vapores
como el fuego fatuo.

¿Quién sostendrá tu esqueleto
sin llevarse los jirones de tu piel enamorada?
¿Quién podrá decir
que no amaste ni fuiste amada
bajo el almendro florido del invierno?