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viernes, 24 de abril de 2015

Cáliz de la aurora.

Busco la verdad
entre quienes me rodean,
el sentido de las cosas
que acontecen a mi alrededor,
quiero entender sus motivos,
los fines últimos
por los que se sucede
el arte de lo cotidiano.

Busco en mi casa vacía,
entre objetos que no me pertenecen,
entre multitud de proyectos ingratos
un palmo de tierra sólida
y firme sobre la que asentar
mi cuerpo inerte, mi mente cansada,
quiero encontrar el impulso que da sentido a la vida,
por el que todo se sucede.

Busco, pero no lo encuentro
si no es en ti,
cáliz de la aurora,
que brotas del invierno
en la planicie como una estrella,
como la verdad primera
desde el invisible remanso
del firmamento añil.

Ça va.

Bonjour, ça va!
Un susurro al oído
despereza la mañana
calada por el frío del invierno que comienza.

La luz de las calles
aún ilumina con intensidad esta hora temprana
y se calzan los zapatos de la gente
que transita con diligencia
camino del metro.

El tiempo apremia.
Me dispongo al trayecto
con mi última lectura,
a ritmo de cada estación,
una cuenta atrás interminable
-il en reste neuf, il en reste trois-
durante la cual te intuyo
y adivino tus ojos lectores detrás de cada página
o entre la multitud
ensimismada que surca los pasillos del metro.

En la calle,
todo me conduce a ti,
en la orilla turbadora de este amanecer,
en esta encrucijada en la que podria ensayar
un Comment ça va?,
como un guiño antes de subir a tu coccinelle celeste.

Todo podría ser un sueño
tras cerrar la puerta 
y ocupar mi asiento,
rumbo al este,
hacia el sol que apenas remonta el cielo,
le soleil que baña nuestros rostros
e ilumina las palabras.

Un sueño de abrigo y bufanda,
con gorro jaspeado,
en route, rumbo al este,
donde espera el mar que tantas veces contemplaste
para atrapar su incesante murmullo en una imagen.
Si todo fuera un sueño
qué agradable sería probar la sal de tus manos,
restañar las heridas de la memoria
en cada tramo que abandona el camino,
qué agradable sería
ataviar de besos tu perfil sereno
y transitar el horizonte de tu mirada
que se eleva sobre el asfalto.

evocar La Bohème
que musitan tus labios; ser el pintor
que matiza las líneas de tu cuerpo
-la ligne d'un sein, la ligne d'une hanche-
reclinada en la chaise long
entre sábanas de azul intenso.
Pasear por las calles de Montmartre
confundidos entre la multitud
y tomar un café dans ce bistro tras hacer un alto en el camino.

Si esto no es un sueño,
quién eres tú,
qué cuerpo suplanta mi voluntad,
qué inquietud agita mis huesos
tensa mis manos.

Al pie de la playa
sopla un aire frío y violento.
Quise asirme de tu brazo,
sentir la maravilla de tu cuerpo,
pero no sabía aún quién eras,
ni qué magia envolvía
ese instante breve e intenso
en el que volaron los besos
justo antes de partir
rumbo al oeste sumergidos en un sueño.



No diré que te amo.

No diré que te amo
mientras me hierva la sangre al contacto
de tu mano amiga;
que mantienes sonriente la mirada
y acaricias mis dedos
sin apenas esperar de mis labios
la aurora que se anuncia,
el horizonte vasto que se calla.

No diré que te amo,
no perderé el segundo de un abrazo
en el que derramemos
a un tiempo el corazón;
no, no malgastaré
el tiempo mientras tenga
la certeza de ser,
de estar, de vivir plenamente en ti.

Así, mientras contengas mis sentidos
prendidos de tu voz consoladora,
de tu mirada viva,
de tu tacto sereno
poblado de caricias,
de tus besos sinceros
y del aroma fresco de tu piel,
nunca diré te amo,