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lunes, 25 de enero de 2016

Paraíso.

No he pretendido jamás
el paraíso,
no he perseguido sus dones,
el idilio de sus frondas,
la apacible suavidad
de vergeles anhelados,
nunca subí por la escala
que conduce al firmamento
a ceñirme la armonía
de los astros y los cuerpos
celestes.

Yo camino, en todo caso,
en pos
del edén de la mañana,
que no se encierra en espacios
remotos, imaginados,
recónditos, ni soñados,
que no se fecha en el tiempo,
que no puede recordarse,
voy detrás de los vestigios
de los templos que se alzaron
en las cumbres de la nada,
de la verdad intangible
que nunca tendrá su forma,
de la pureza que anida
sobre una tierra latente
en un ignoto remanso.

Y así, sereno,
poco a poco, paso a paso,
me voy sumiendo en tu seno,
voy caminando la senda
que conduce a tu regazo,
y persigo tu mirada,
el sutil itinerario
que tus pupilas me enseñan,
el idilio de tus frondas,
la armonía de tus dones,
el jardín de la mañana,
las parcelas de tu piel,
los secretos de tu carne,
desplomarme sobre el tiempo
para sentir que es tangible
el edén en el que late
la inquietud de los remansos,
donde habita la pureza
de tus ojos y mis pasos.

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